lunes, 12 de agosto de 2019

2 REYES. CAPÍTULO 23.

231El rey ordenó que se presentasen ante él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. 2Luego subió al templo, acompañado de todos los judíos y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. El rey les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo. 3Después, en pie sobre el estrado, selló ante el Señor la alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la alianza escrita en aquel libro. El pueblo entero suscribió la alianza.
4Luego mandó el rey al sumo sacerdote, Jelcías, al vicario y a los porteros que sacaran del templo todos los utensilios fabricados para Baal, Astarté y todo el ejército del cielo. Los quemó fuera de Jerusalén, en los campos del Cedrón, y llevaron las cenizas a Betel. 5Suprimió a los sacerdotes establecidos por los reyes de Judá para quemar incienso en los altozanos de las poblaciones de Judá y alrededores de Jerusalén, y a los que ofrecían incienso a Baal, al sol y a la luna, a los signos del zodiaco y al ejército del cielo. 6Sacó del templo la estela, la llevó fuera de Jerusalén, al torrente Cedrón la quemó junto al torrente y la redujo a cenizas, que echó a la fosa común. 7Derribó las habitaciones del templo dedicadas a la prostitución sagrada, donde las mujeres tejían mantos para Astarté. 8Hizo venir de las poblaciones de Judá a todos los sacerdotes y, desde Guibeá* hastas Berseba, profanó los altozanos donde estos sacerdotes ofrecían incienso. Derribó la capilla de los sátiros que había a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, a mano izquierda según se entra. 9(A los sacerdotes de las ermitas no se les permitía subir al altar del Señor en Jerusalén, sino que sólo comían panes ázimos entre sus hermanos). 10Profanó el horno del valle de Ben-Hinnón, para que nadie quemase a su hijo o su hija en honor de Moloc. 11Hizo desaparecer los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al sol, en la entrada del templo, junto a la habitación del eunuco Natanmélec, en las dependencias del templo; quemó el carro del sol. 12También derribó los altares en la azotea de la galería de Acaz, construidos por los reyes de Judá, y los altares construidos por Manasés en los dos atrios del templo; los trituró y esparció el polvo en el torrente Cedrón. 13Profanó las ermitas que miraban a Jerusalén, al sur del monte de los Olivos, construidas por Salomón, rey de Israel, en honor de Astarté (ídolo abominable de los fenicios), Camós (ïdolo abominable de Moab) y Malcón (ídolo abominable de los amonitas). 14Rompió los cipos, cortó las estelas y llenó su emplazamiento con huesos humanos. 15Derribó también el altar de Betel y el santuario construido por Jeroboán, hijo de Nabat, con el que hizo pecar a Israel. Lo trituró hasta reducirlo a polvo, y quemó la estela.
16Al darse la vuelta, Josías vio los sepulcros que había allí en el monte; entonces envió a recoger los huesos de aquellos sepulcros, los quemó sobre el altar y lo profanó, según la palabra del Señor anunciada por el profeta, cuando Jeroboán, en la fiesta, estaba en pie ante el altar. Al darse la vuelta, el rey levantó la vista hacia el sepulcro del profeta que había anunciado estos sucesos, 17y preguntó:
-¿Qué es aquel mausoleo que estoy viendo?
Los de la ciudad le respondieron:
-Es el sepulcro del profeta que vino de Judá y anunció lo que acabas de hacer con el altar de Betel.
18Entonces el rey ordenó:
-¡Dejadlo! Que nadie remueva sus huesos.
Así se conservaron sus huesos junto con los del profeta que había venido de Samaría.
19Josías hizo desaparecer también todas las ermitas de los altozanos que había en las poblaciones de Samaría, construidas por los reyes de Israel para irritar al Señor; hizo con ellas lo mismo que en Betel. 20Sobre los altares degolló a los sacerdotes de las ermitas que había allí, y quemó encima huesos humanos. Luego se volvió a Jerusalén, 21y ordenó al pueblo:
-Celebread la Pascua en honor del Señor, vuestro Dios, como está prescrito en este libro de la alianza.
22No se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces gobernaban a Israel ni durante todos los reyes de Israel y Judá. 23Fue el año dieciocho del reinado de Josías cuando se celebró aquella Pascua en Jerusalén en honor del Señor.
24Para cumplir las cláusulas de la ley, escritas en el libro que el Sacerdote Jelcías encontró en el templo, Josías extirpó también a los nigromantes y adivinos, ídolos, fetiches y todas las monstruosidades que se veían en territorio de Judá y en Jerusalén; para cumplir las cláusulas de la ley escritas en el lilbro que encontró el sacerdote Jelcías en el templo del Señor. 25Ni antes ni después hubo un rey como él, que se convierta al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la Ley de Moisés. 26Sin embargo, el Señor no aplacó su furor contra Judá, por lo mucho que le había irritado Manasés. 27El Señor dijo:
-También a Judá la apartaré de mi presencia, como hice con Israel; y repudiaré a Jerusalén, mi ciudad elegida, y al templo en que determiné establecer mi Nombre.
28Para más datos sobre Josías y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Judá.
29En su tiempo, el faraón Necó, rey de Egipto, subió a ver al rey de Asiria, camino del Éufrates. El rey Josías salió a hacerle frente, y Necó lo mató en Meguido, al primer encuentro. 30Sus siervos pusieron el cadáver en un carro, lo trasladaron de Meguido a Jerusalén y lo enterraron en su sepulcro. Entonces la gente tomó a Joacaz, hijo de Josías, lo ungieron y lo nombraron rey sucesor.

Joacaz de Judá (609) (2 Cr 36,1-4)

31Cuando Joacaz subió al trono tenía veintitrés años, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Jamutal, hija de Jeremías, natural de Libná*. 32Joacaz h izo lo que el Señor reprueba, igual que sus antepasados. 33El faraón Necó lo encarceló en Ribla, provincia de Jamat, para impedirle reinar en Jerusalén, e impuso al país un tributo de tres mil kilos de plata y treinta de oro.
34El faraón Neco nombró rey a Eliacín, hijo de Josías, como sucesor de su padre, Josías, y le cambió el nombre por el de Joaquín. 35A Joacaz se lo llevó a Egipto, donde murió. Joaquín entregó al Faraón la plata y el oro, pero para ello tuvo que imponer una contribución a la nación: cada uno, según su tarifa, pagó la plata y el oro que había que entregar el Faraón.

Joaquín de Judá (609-598) (2 Cr 36,5-8)

36Cuando Joaquín subió al trono tenía veinticinco años, y reinó once años en Jerusalén. Su madre su madre se llamaba Zebida, hija de Fedayas, natural de Rumá. 37Hizo lo que el Señor reprueba, igual que sus antepasados.

Explicación.

23,1-3 Las ceremonias de renovación de alianza eran conocidas, y el autor no se detiene a describirlas todas. El rey actúa de mediador, como en otro tiempo Moisés y Josué -no sigue el modelo de Joás-. El pueblo escuchaba la lectura pública y respondía con su aceptación, quizá repitiendo el triple "serviremos" (como en Ex 19 y Jos 24).

23,3 Dt 26,16; 30,2.10.

23,4 Parte de la renovación de la alianza era el remover los ídolos (Jos 24). El narrador introduce en este sitio toda la serie de reformas, como un colosal rito de purificación (compárese con el caso de Joás, capítulo 12).

23,5 El culto astral había tomado cuerpo bajo la presión asiria, sobre todo en tiempo de Manasés. Os 10,5.

23,6 Los sepulcros son lugar profano y reino de la muerte: la ceremonia simboliza la muerte de los ídolos (cfr. Sal 82) y de sus cultos (otro tipo de profanación  en Is 2,20). La cercanía del torrente parece tener valor ritual (recuérdese la matanza de sacerdotes de Baal, 1 Re 18, y el caso de asesinato en St 21,1-9).

23,7 El texto hebreo dice "casas", que resulta inexplicable. Algunas versiones antiguas hablan de vestidos para la divinidad; cambiando una letra (confusión fonética), se podría leer "lino". 1 Re 14,24.

23,8a Esto indica la extensión limitada de la reforma en su primera etapa. Guibeá era la frontera septentrional del Reino de Judá. Con esta acción, Josías va completando la reforma iniciada por Ezequías e interrumpida y abolida por Manasés. La destrucción de los santuarios locales en la norma que el autor emplea para juzgar a los reyes. Los santuarios locales habían tenido una función decisiva en la piedad de las poblaciones agrícolas (véase, por ejemplo, Dt 26); la medida de Josías fue radical. Quiso extirpar el peligro evidente de contaminación y sincretismo; ¿no arrancó al mismo tiempo unas raíces de religiosidad?; ¿bastará el culto centralizado y reducido a pocas ocasiones, para compensar la pérdida de una práctica religiosa más frecuente y entrañable? Impresiona el entusiasmo del rey que llegó a contagiar entre otros al autor de esta historia.

23,8b Los sátiros eran divinidades o númenes adversos que poblaban los lugares desiertos: véase Is 34, donde los númenes invaden la ciudad derruida. El altar a la puerta de la ciudad serviría para protegerla del influjo funesto de esas divinidades campestres. (Quizá pertenezca a éstos el misterioso Azazel de Lv 16,10).

23,8 * = Loma.

23,9 Al quedarse sin trabajo los sacerdotes locales, la primera idea fue trasladarlos al servicio del templo; pero su número era excesivo, y los sacerdotes establecidos hicieron valer sus derechos. Así quedaron ellos relegados a una función secundaria, con inevitables tensiones y resentimientos (de las que da testimonio Nm 17-18).

23,10 Se trata del famoso "Tofet" (vocalización despectiva de tefat = estufa), que se convierte en lugar de execración y símbolo del lugar infernal (véase I(s 30,33; Jr 7,13-14).

23,11 Parece tratarse de un culto asirio, que imagina al sol trasportado en una carroza celeste. Los caballos eran vivos, y servían para tirar de la carroza en las procesiones.

23,12 La "galería" parece una aclaración. Se trata de altares construidos en el palacio, a manera de capillas privadas. El autor no dice que estuvieran dedicados a Baal o a otras divinidades, por eso podemos pensar que se trataba de algún altar en honor de Yahvé, al margen del altar central del templo. En su afán de purificar y unificar, Josías da emeplo en el palacio real. Jr 19,13.

23,13 Eran ermitas o altares erigidos en honor de los dioses de sus mujeres extranjeras (1 Re 11,5-8).

23,14 Lv 21,1.11.

23,15 Esta nueva medida implica que Josías había extendido su dominio político a la región de Efraín. Esto era posible por la decadencia de Asiria, cuando Asurbanipal estaba ocupado con otros enemigos de mayor envergadura. Se diría que en la mente de Josías dominaba la imagen de un nuevo reino unificado, como en tiempos de David, con un santuario central, como en tiempos de Salomón.

Betel era el signo del cisma, el comienzo de un pecado que concluyó con la destrucción del reino. Por eso la purificación de Betel era un acto simbólico de capital importancia para todos los habitantes del norte que todavía se sentían fieles al Señor.

23,16-18 El autor muestra su interés en marcar el enlace de esta acción con la de Jeroboán; es el enlace más poderoso que el autor conoce, el vínculo entre palabra y cumplimiento. Y Josías es el mediador de dicho cumplimiento.

Se trata de sepulcros de hombres venerados por la gente (santones); la acción del rey indica que esa veneración iba unida a cultos ilegítimos. En contraste, el que profetizó contra Jeroboán era verdadero profeta del Señor.

23,19 Desde Betel como centro, el celo reformador se va extendiendo por la región de Samaría, a medida que el rey de Judá ensancha sus dominios.

23,20 Este particular sangriento no estaba previsto, y no sabemos si será elaboración posterior. Nos presenta a un Josías contagiado del celo de Elías.

23,21-23 En la gran concentración de hechos que el autor ha realizado, la reforma culmina con una gran fiesta litúrgica. Con la celebración de la Pascua, pueblo y rey repiten un momento primordial de su historia: la liberación de Egipto, y también la primera Pascua celebrada por Josué nada más entrar en la tierra prometida (Jos 5). Todas las intermedias no se pueden comparar con esta Pascua trascendental: ¿será el comienzo de una nueva era en la tierra prometida? Probablemente una emoción y expectación semejante corrieron por el pueblo en aquella fecha memorable. Josías, nuevo David, nuevo Josué.

23,24 Véase Dt 18,10-12.

23,25-26 Un autor posterior corrige ese optimismo, expresando la amarga desilusión de los hechos y explicándola por la decisión irrevocable del Señor. Josías queda como medelo de "conversión", y como tal, sigue predicando con su ejemplo a la generación del destierro. Pero su conversión no es suficiente para que el Señor "se convierta" (el mismo verbo en hebreo) y retire su sentencia de condenación. Los pecados de Manasés pesan más que la piedad de Josías: de momento, el autor se contenta con esta explicación algo simplista.

Hace falta leer al profeta Jeremías, para ver que los pecados de Manasés eran la culminación de una cadena de pecados precedentes, y que, después de Josías, pueblo y reyes volvieron a pecar. Jeremías nos proporciona una interpretación mucho más matizada de la tragedia.

23,27 2 Re 17,18.

23,29-30 Sucedió de una manera poco heroica. En Egipto, Necó había sucedido a Psamético II. Este faraón consideró llegado el momento de reconquistar la vieja supremacía sobre Palestina y Siria; y para asegurar la hegemonía se dispuso a presentar batalla al emperador de Asiria. Desde Egipto subió por la costa, avanzó hasta la vertiente meridional del Carmelo y enfiló uno de los pasos tradicionales de la montaña. A la salida, junto a la plaza de Meguido, le esperaba el rey de Judá, que ya había extendido su dominio hasta aquellas regiones. Necó conduce un ejército para enfrentarse con la potencia de Asiria, y no encontró enemigo digno en el ejército reducido y novato del rey de Judá. Josías murió en la batalla.

23,30 Los representantes del pueblo nombraron rey a un hijo menor de Josías, que pensaba y sentía como su padre; él continuaría la obra de reforma y lograría conquistar la independencia. Se ve que el partido antiegipcio era fuerte en Judá, y que el ímpetu renovador de Josías podía sobrevivirle.

23,31 * = Alba.

23,33-34 No sucedió así, porque el faraón no quería tener enemigos a la espalda cuando se preparaba para el gran encuentro. Necó depuso al rey nombrado por el pueblo e impuso a uno que reinase por la gracia del faraón. Al cambiarle el nombre, respetó los sentimientos religiosos de la población: en vez de El (dios), Yaho (Yhwh, Señor), a la vez que afirmó su dominio. Judá ha vuelto al vasallaje, con cambio de dueño. Todo esto lo realizó el faraón desde su cuartel general, instalado en Ribla.

23,35 Y el pueblo empezó a sentir en su bolsa el dominio extranjero. Penetra la desilusión, se forman partidos según las preferencias, entre ellos un fuerte partido de resistencia.

23,36-37 Joaquín (Yehohaqim) parece encamar este espíritu de resistencia política unida a una recaída en la apostasía religiosa y en la injusticia. Su breve presencia en estas líneas se ha de completar con la lectura del libro de Jeremías. "Lo que el Señor reprueba" es fórmula genérica, casi tópico, en este libro; en el libro de Jeremías lo vemos actuar: véanse entre otros pasajes Jr 22,10-30; 7 y 26; 36. Entre tanto, ha cambiado el mapa internacional.

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