Oseas de Israel (731-722)
171Oseas, hijo de Elá, subió al trono de Israel en Samaría el año doce del reinado de Acaz de Judá. Reinó nueve años. 2Hizo lo que el Señor reprueba, aunque no tanto como los reyes de Israel predecesores suyos. 3Salmanasar, rey de Asiria, lo atacó, y Oseas se le sometió pagándole tributo. 4Pero el rey de Asiria descubrió que Oseas lo traicionaba: había enviado emisarios a Sais, al rey de Egipto, y no pagó el tributo como hacía otros años. Entonces el rey de Asiria lo apresó y lo encerró en la cárcel. 5El rey de Asiria invadió el país y asedió a Samaría durante tres años. 6El año noveno de Oseas, el rey de Asiria* conquistó Samaría, deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Jalaj, junto al Jabor, río de Gozán, y en las poblaciones de Media. 7Eso sucedió porque, sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; 8procedieron según las costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos y que introdujeron los reyes nombrados por ellos mismos. 9Los israelitas blasfemaron contra el Señor, su Dios; en todo lugar habitado, desde las torres de vigilancia hasta las plazas fuertes, se erigieron cipos y estelas en las colinas altas y bajo los árboles frondosos; 11allí quemaban incienso, como hacían las naciones que el Señor había desterrado ante ellos. Obraron mal, irritando al Señor. 12Dieron culto a los ídolos, cosa que el Señor les había prohibido.
13El Señor había advertido a Israel (y Judá) por medio de los profetas y videntes: <<Volveos de vuestro mal camino, guardad mis mandatos y preceptos, siguiendo la ley que di a vuestros padres, que les comuniqué por medio de mis siervos los profetas>>. 14Pero no hicieron caso, sino que se pusieron tercos, como sus padres, que no confiaron en el Señor, su Dios. 15Rechazaron sus mandatos y el pacto que había hecho el Señor con sus padres y las advertencias que les hizo; se fueron tras los ídolos vanos y se desvanecieron, imitando a las naciones vecinas, cosa que el Señor les había prohibido. 16Abandonaron los preceptos del Señor, su Dios, se hicieron ídolos de fundición (los dos becerros) y una estela; se postraron ante el ejército del cielo y dieron culto a Baal. 17Sacrificaron en la hoguera a sus hijos e hijas, practicaron la adivinación y la magia y se vendieron para hacer lo que el Señor reprueba, irritándolo. 18El Señor se irritó tanto contra Israel, que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá 19(aunque tampoco Judá guardó los preceptos del Señor, su Dios, sino que imitó el proceder de Israel). 20 El Señor rechazó a toda la raza de Israel, la humilló, la entrego al saqueo, hasta que acabó por arrojarla de su presencia. 21Pues cuando Israel se desgajó de la casa de David y eligieron rey a Jeroboán, hijo de Nabat, Jeroboán desvió a Israel del culto al Señor y lo indujo a cometer un grave pecado. 22Los israelitas imitaron a la letra el pecado de Jeroboán, 23hasta que el Señor los arrojó de su presencia, como había dicho por sus siervos los profetas, y fueron deportados desde su tierra a Asiria, donde todavía están.
24El rey de Asiria trajo gente de Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvain y la estableció en las poblaciones de Samaría, para reemplazar a los israelitas. Ellos tomaron posesión de Samaría y se instalaron en sus poblados. 25Pero al empezar a instalarse allí, no daban culto al Señor, y el Señor les envió leones que hacían estrago entre los colonos. 26Entonces expusieron al rey de Asiria:
-La gente que llevaste a Samaría como colonos no conoce los ritos del dios de país, y por eso éste les ha enviado leones que hacen estrago entre ellos, porque no conocen los ritos del dios de país.
27El rey de Asur ordenó:
-Llevad allá uno de los sacerdotes deportados de Samaría, para que se establezca allí y les enseñe los ritos del dios del país.
28Uno de los sacerdotes deportados de Samaría fue entonces a establecerse en Betel, y les enseñó como había que dar culto al Señor. 29Pero todos aquellos pueblos se fueron haciendo a sus dioses, y cada uno en la ciudad donde vivía los pusieron en las ermitas de los altozanos que habían construido los de Samaría. 30Los de Babilonia hicieron a Sucot-Benot; los de Cutá, a Nergal; los de Jamat, a Asima; 31los de Avá, a Nibjás y Tartac; los de Sefarvain sacrificaban a sus hijos en la hoguera en honor de sus dioses Adramélec y Anamélec. 32También daban culto al Señor; nombraron sacerdotes a gente de la masa del pueblo, para que oficiara en las ermitas de los altozanos. 33De manera que daban culto al Señor y a sus dioses, según la religión del país de donde habían venido. 34Hasta hoy vienen haciendo según sus antiguos ritos; no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos, según la ley y la norma dada por el Señor a los hijos de Jacob, al que impuso el nombre de Israel.
35El Señor había hecho un pacto con ellos y les había mandado:
-No veneréis a otros dioses, ni los adoréis, ni les deis culto, ni les ofrezcáis sacrificios, 36sino que habéis de venerar al Señor, que os sacó de Egipto con gran fuerza a brazo extendido; a él adoraréis y a él le ofreceréis sacrificios. 37Cuidad de poner siempre por obra los preceptos y normas, la ley y los mandatos que os ha dado por escrito. No veneréis a otros dioses. 38No olvidéis el pacto que ha hecho con vosotros. 39No veneréis a otros dioses, sino al Señor, vuestro Dios, y él os librará de vuestros enemigos.
40Pero no hicieron caso, sino que procedieron según sus antiguos ritos. 41Así, aquella gente honraba al Señor y daba culto a sus ídolos. Y sus descendientes siguen hasta hoy haciendo lo mismo que sus antepasados.
Explicación.
17 Llega el último conspirador de la serie, el último rey que ocupará el trono de Israel. El reino que comenzó con una conspiración, termina con otra. Oseas, que ocupa el trono apoyado por el partido egiptófilo, esperando salvar a su patria, logra sólo provocar al asirio y precipitar la ruina. De Egipto salieron los israelitas; el Señor les prohibió volver allá o buscar su apoyo; por Egipto se hunde Israel.
En Asiria había sucedido a Tiglat Piléser un monarca que seguía su política de expansión por las armas: Salmanasar V (726-722). El nombre del faraón es dudoso: los intentos de identificarlo a partir del texto hebreo no han dado resultado; tomamos como nombre de ciudad, Sais, lo que antes tomaban como nombre del faraón. Egipto intentaba reavivar las ansias de independencia de las naciones de la costa.
17,3-4 No pagar el tributo es un acto de rebelión que puede incluso significar la denuncia del pacto de vasallaje. Para apresar a Oseas, éste tenía que encontrarse fuera de Samaría; a lo mejor había ido a visitar personalmente al rey de Asiria. De este modo, los últimos tres años de su historia, Israel es un reino sin rey.
17,5-6 Apresado el rey, el partido antisirio todavía resistía en la capital fundada por Omrí. El valor estratégico de la ciudad se demostró resistiendo tres años el asedio del ejército más poderoso de la época. Salmanasar no alcanzó a ver la victoria; a su sucesor Sargón II tocó este honor dudoso de ejecutar como verdugo la sentencia del Señor. Conquistada la capital, Sargón II realiza en seguida una deportación en masa. De estado vasallo, Israel o Samaría pasa a ser una provincia asiria. Es el año 722. Para el autor bíblico esto es el final. En los anales asirios se habla de una nueva rebelión, que capitaneaba el rey de Jamat (arameo) aliado con un general egipcio. Sargón los derrotó el año 720.
17,6 * = Salmanasar V.
17,7 Aquí pronuncia el historiador una oración fúnebre, no de elogio, sino de reprobación. El tema es una reflexión teológica sobre la historia, con un deseo de presentar el caso como un escarmiento. El estilo es típico de la escuela, un buen ejemplo de amplificación retórica. Repitiendo temas o motivos, desdoblando acciones, uniendo sinónimos añadiendo oraciones de relativo, el autor llena una página. Si en poesía es frecuente la frase de tres o cuatro palabras, y en prosa narrativa la de cinco o seis, aquí encontramos muchas frases de 9 y 10 palabras: es una cadencia retórica que no desentona en la oración fúnebre. Se ha de declamar en tono patético.
El discurso tiene una construcción poco rigurosa. Esquemáticamente: pecados de Israel (7-12); el Señor amonesta por medio de profetas (13); nueva serie de pecados (14-17); ira de Dios y castigo (18-20); recapitulación desde Jeroboán hasta el destierro (21-23).
17,7-12 El primer pecado es de idolatría: está descrito con diversos rasgos, de forma genérica o específica.
17,7 Pecado, pecar, es el término que el autor ha repetido ya más de veinte veces a lo largo de su historia. La referencia a la liberación de Egipto la pronunció Jeroboán cuando inauguró sus centros de culto.
17,8 La expulsión de otros pueblos es a la vez un beneficio mal pagado y un escarmiento no aceptado. La alusión a los reyes es dudosa.
17,9 Las torres de vigilancia podían ser simplemente agrícolas, como en Is 5,2.
17,11 "Desterrar" será el término técnico del destierro de Israel.
17,13 Antes de recurrir al castigo, el Señor amonesta a su pueblo. Así entran en el esquema histórico los profetas, como un intento repetido del Señor para convertir a su pueblo. Hay que pensar en Ajías, Elías, Eliseo, Miqueas hijo de Yimlá, Amós y Oseas. La mención de Judá es una adición posterior, que intenta aplicar el sermón al reino del Sur desterrado.
17,14-17 Despues de la repetida amonestación, el pecado es más grave, es terquedad, contumacia.
17,15 Los mandatos son las estipulaciones del pacto. Según el salmo 115,8, los que veneran ídolos se vuelven como ellos: ese principio teológico se expresa en un juego de palabras con una de las designaciones despectivas de los ídolos "vaciedad, vanidad" (véase Jr 2,5). Los gentiles, una vez expulsados, se convierten en un cerco cultural y religioso, y la orden del Señor ha de ser la muralla de separación.
17,16 "Los dos becerros" parecer ser glosa. El culto astral se suma a los cultos de la fertilidad. Dt 4,13-20.
17,18-20 Sentencia definitiva. El castigo, que materialmente es el destierro, teológicamente es ser expulsados de la presencia del Señor. Porque el pueblo "rechazó" los mandatos (v.15), el Señor los "rechaza" (v.20); porque se alejó, el Señor lo aparta; porque se vendió, el Señor lo entrega.
17,18 Como el término "Israel" es ambiguo (puede designar a todo el pueblo escogido o al reino septentrional), el autor aclara el sentido.
17,19 Es una glosa añadida después de la caída de Judá: véase el gran parangón de Ez 23.
17,20 El verbo "humillar" se aplica a Israel esclavo, que provocaba la compasión de su Dios (Dt 26,7); también es la acción del Señor que educa a su pueblo (Dt 8,2-3). Aquí el sentido se vuelve contra el pueblo escogido, el modo definitivo.
17,21-23 El pecado sigue un proceso dialéctico: el pueblo elige a Jeroboán (compárese con Os 8,4), Jeroboán induce a pecar al pueblo, el pueblo perpetúa el pecado del fundador del reino. La cadena de pecados que ha provocado el rechazo final se remonta a ese doble pecado original: un rey elegido por los hombres y una imagen de Dios hecha por manos humanas.
Israel se dispersa y se disipa. Deja de ser una nación y empieza a desaparecer como pueblo. Ha perdido su fuerza de cohesión, el sentido de su existencia; al no ser ya "pueblo del Señor", deja de ser pueblo. De esa población algunos quedarán en la patria, pero no se llamarán israelitas, sino samaritanos; otros se volverán hacia Judá y Jerusalén, donde encontrarán una nueva fuerza para subsistir y esperar. Jeremías pronunció varios oráculos de esperanza para esos grupos fieles, que de manera nueva siguen siendo Israel.
17,21 1 Re 12.
17,24-34 Este episodio revela la situación de Samaría como mezcla étnica y religiosa. Es verdad que veneran también al Señor; pero al Señor no se le venera "también", sino "sólo", porque es un Dios celoso.
17,25-26 Los leones habitan en la maleza del despoblado. Al quedar despobladas, por la deportación, muchas comarcas, los leones irrumpen en el territorio abandonado de los hombres. Lo humano y domesticado cede el puesto a lo feroz, la ciudad al desierto, el cultivo a las zarzas.
17,27-28 Betel había sido la cuna del pecado: se diría que este episodio ha sido escrito por un autor que no condena el culto de Betel. La fórmula hebrea de "dar culto" es ortodoxa, y también es técnico el término "enseñar". El que así escribe ve en la actividad del sacerdote un intento loable de restablecer el culto auténtico del Señor. Pero fracasa con aquella población heterogénea, agarrada a sus tradiciones religiosas. El sincretismo, que había sido el gran pecado de Israel, resulta ahora su castigo.
17,29-31 La pequeña provincia de Samaría se convierte en un muestrario de dioses y cultos: los hombres de algunas divinidades son dudosos. Puede deberse a ignorancia nuestra o a deliberada deformación del autor. Nergal era dios de la guerra y la peste, Adramélec y Anamélec parecen ser dioses celestes.
17,32 Como 1 Re 12,31; 13,33.
17,34 Una adición precisa el sentido. En realidad no "temen" al Señor, ya que no aceptan sus mandatos; ya no se pueden llamar Israel o Hijos de Jacob.
17,35-40 Estos versos amplifican el sentido del pecado precedente. Muestran conocer la teología de la alianza, cuyos elementos manejan con cierta libertad.
El primer mandamiento se inculca diez veces: cuatro veces en forma positiva referida al Señor: seis veces en forma negativa referida a los ídolos, la mitad del total con el verbo "temer" ("venerar"). Es como si todo el decálogo se concentrase en ese martilleo incansable. El resto de los mandamientos se resume en cuatro sinónimos genéricos; y toda la alianza se recoge globalmente en una sentencia.
17,40 El pecado es la respuesta a la alianza. El verso repite por tercera vez el esquema sintáctico "no... sino que..." que articulaba la sección de la alianza. Es la breve respuesta humana a los esfuerzos insistentes de Dios. El autor de estos versos contaba con un público familiarizado con la predicación sobre la alianza y con las técnicas, esquemas y procedimientos de la recitación oral.
17,41 Empalma con el v.32 y extiende la historia hasta su propia época.
17,32 Como 1 Re 12,31; 13,33.
17,34 Una adición precisa el sentido. En realidad no "temen" al Señor, ya que no aceptan sus mandatos; ya no se pueden llamar Israel o Hijos de Jacob.
17,35-40 Estos versos amplifican el sentido del pecado precedente. Muestran conocer la teología de la alianza, cuyos elementos manejan con cierta libertad.
El primer mandamiento se inculca diez veces: cuatro veces en forma positiva referida al Señor: seis veces en forma negativa referida a los ídolos, la mitad del total con el verbo "temer" ("venerar"). Es como si todo el decálogo se concentrase en ese martilleo incansable. El resto de los mandamientos se resume en cuatro sinónimos genéricos; y toda la alianza se recoge globalmente en una sentencia.
17,40 El pecado es la respuesta a la alianza. El verso repite por tercera vez el esquema sintáctico "no... sino que..." que articulaba la sección de la alianza. Es la breve respuesta humana a los esfuerzos insistentes de Dios. El autor de estos versos contaba con un público familiarizado con la predicación sobre la alianza y con las técnicas, esquemas y procedimientos de la recitación oral.
17,41 Empalma con el v.32 y extiende la historia hasta su propia época.
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