lunes, 12 de agosto de 2019

2 REYES. CAPÍTULO 10.

Baño de sangre

101Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los notables de la ciudad, los concejales y los preceptores de los príncipes, con este texto: 2<<Tenéis ahí a los hijos de vuestro señor, y sus carros y sus caballos, una ciudad fortificada y un arsenal. 3Pues bien, cuando recibáis esta carta, ved cuál de los hijos de vuestro señor es más capaz y más recto; sentadlo en el trono de su padre y disponeos a defender la dinastía de vuestro señor>>.
4Ellos, muertos de miedo, comentaron:
-Dos reyes no han podido con él, ¿cómo podremos nosotros?
5Entonces el mayordomo de palacio, el gobernador, los concejales y los preceptores enviaron esta respuesta a Jehú: <<Somos siervos tuyos. Haremos cuanto nos digas. No nombraremos rey a nadie. Haz lo que te parezca bien>>.
6Jehú les escribió esta otra carta: <<Si estáis de mi parte y queréis obedecerme, mañana a estas horas venid a verme a Yezrael, trayéndome las cabezas de los hijos de vuestro señor>>. (Los hijos del rey viviían con la gente principal de la ciudad, que los criaba).
7Cuando les llegó la carta, prendieron a los setenta hijos del rey, los degollaron, pusieron sus cabezas en unos cestos y se las mandaron a Jehú a Yezrael. 8Llegó el mensajero y le comunicó:
-Han traído las cabezas de los hijos del rey.
Jehú dijo:
-Ponedlas en dos montones a la entrada de la ciudad, y dejadlas allí hasta por la mañana.
9A la mañana salió, se plantó y dijo a la gente:
-Vosotros sois inocentes; yo conspiré contra mi señor y lo maté. 10Pero ¿quién ha matado a todos éstos? Fijaos cómo no falla nada de lo que el Señor dijo contra la casa de Ajab. El Señor ha cumplido lo que dijo por su siervo Elías
11Jehú acabó con los de la dinastía de Ajab que quedaban en Yezrael: dignatarios, parientes, sacerdotes, hasta no dejarle uno vivo. 12Después emprendió la marcha a Samaría. Cuando en el viaje llegaba a Betequed Haroim*, 13encontró a unos parientes de Ocozías de Judá y les preguntó:
-¿Quiénes sois?
Respondieron:
-Somos parientes de Ocozías, que vamos a saludar a los hijos del rey y de la reina madre.
14Jehú dio una orden:
-¡Prendedlos vivos!
Los prendieron vivos y los degollaron junto al pozo de Bet Eged Haroim. Eran cuarenta y dos hombres, y no quedó uno.
15Marchó de allí y encontró a Jonadab, hijo de Recab, que salió a su encuentro. Le saludó y le dijo:
-¿Estás lealmente de mi parte como yo lo estoy contigo?
Jonadab contestó:
-Sí.
Jehú replicó:
-Entonces, venga esa mano.
16Le dio la mano, y Jehú lo hizo subir con él a su carro, diciéndole:
-Ven conmigo y verás mi celo por el Señor.
Y lo llevó en su carro.
17Cuando llegó a Samaría mató a todos los de Ajab que quedaban allí, hasta acabar con la familia, como había dicho el Señor a Elías. 18Después reunió a todo el pueblo y les habló:
-Si Ajab fue algo devoto de Baal, Jehú lo será mucho más; 19así que llamadme a todos los profetas de Baal, todos sus fieles y sacerdotes. Que no falte ninguno, porque quiero ofrecer a Baal un sacrificio solemne. El que falte morirá.
(Jehú actuaba así astutamente para eliminar a los fieles de Baal). 20Luego ordenó:
-Convocad una asamblea litúrgica en honor de Baal.
21La convocaron. Y Jehú mandó aviso por todo Israel. Llegaron todos los fieles de Baal (no quedó uno sin venir) y entraron en el templo de Baal, que se llenó de bote en bote. 22Entonces Jehú dijo al sacristán:
-Saca los ornamentos para los fieles de Baal.
Los sacó. 23Luego Jehú y Jonadab, hijo de Recab, entraron en el templo, y Jehú dijo a los fieles de Baal.
-Aseguraos de que aquí hay sólo devotos de Baal y ninguno del Señor.
24Se adelantaron para ofrecer sacrificios y holocaustos. Pero Jehú había apostado afuera ochenta hombres con esta consigna:
-El que deje escapar a uno de los que os pongo en las manos, pagará con la vida.
25Y así, cuando terminaron de ofrecer el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales:
-¡Entrad a matarlos! ¡Que no escape nadie!
Los guardias y oficiales los pasaron a cuchillo y entraron hasta el camarín del templo de Baal. 26Sacaron la estatua de Baal y la quemaron, 27derribaron el altar y el templo lo convirtieron en letrinas, hasta el día de hoy. 28Así eliminó Jehú el culto de Baal en Israel. 29Pero no se apartó de los pecados que Jeroboán, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel: los becerros de oro, el de Betel y el de Dan. 30El Señor le dijo:
-Por haber hecho bien lo que yo quería y haber realizado en la familia de Ajab todo lo que yo había decidido, tus hijos, hasta la cuarta generación, se sentarán en el trono de Israel.
31Pero Jehú no perseveró en el cumplimiento de la ley del Señor, Dios de Israel, con todo su corazón; no se apartó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel.
32Por aquel entonces el Señor empezó a desmembrar a Israel. Jazael lo derrotó en toda la frontera, 33desde el Jordán hacia el este, todo el país de Galaad, de los gaditas, rubenitas y los de Manasés; dede Aroer, junto al Arnón, hasta Galaad y Basán.
34Para más datos sobre Jehú y sus hazañas militares, véanse los Anales del Reino de Israel.
35Jehú murió, y lo enterraron en Samaría, con sus antepasados. Su hijo Joacaz le sucedió en el trono. 36Jehú fue rey de Israel, en Samaría, veintiocho años.

Explicación.

10 La muerte de los dos reyes y de la reina madre es sólo el comienzo; sigue un baño de sangre, primero de la dinastía y sus adictos, después de los fieles de Baal, Jehú pone su decisión y astucia al servicio de su crueldad, y resulta que, por esa crueldad, se cumple la palabra del Señor.

10,1-5 Para deshacerse de la dinastía, es decir, de los hijos del rey, envuelve en el crimen a los nobles de la capital. Les presenta una alternativa cruel: o lealtad a la casa de Ajab, y será la guerra, o lealtad a Jehú, al precio de la vida de todos los príncipes de la sangre. En su propuesta nos parece escuchar un tono sarcástico: los nobles tienen de todo lo que necesitan para mantener su lealtad a la casa reinante.

10,6 La segunda carta de Jehú es astuta: está redactada en forma condicional, y no es menos cruel que la primera. Para probar su lealtad al nuevo rey, han de romper con todos los vínculos precedentes en una matanza colectiva. Así Jehú no necesitará matar personalmente a los príncipes rivales; y cuando lo acusen de crueldad, podrá retorcer la acusación contra los ministros del rey precedente. En ambas cartas el usurpador ha llamado a Jorán "vuestro señor".

10,8 La puerta de la ciudad es el mercado, el concejo, el sitio de reunión. Esos dos montones, regulares y simétricos, como guardando la puerta de la ciudad, esas bocas entreabiertas y esos ojos sin mirada tuvieron que producir espanto en los habitantes de Yezrael; tuvo que ser una noche de terror en la que muchos no durmieron.

10,9 A la mañana, Jehú pronuncia unas declaraciones. Su interpretación teológica del hecho, que comparte el narrador, es tremenda: Dios ha hecho lo que había dicho.

10,10 1 Re 21,21.

10,12-14 La noticia es extraña en este puesto: si esos familiares conocían la muerte violenta de Ocozías, no se aventurarían en la boca del lobo. Ni el narrador ni Jehú intentan justificar esta nueva matanza; podemos pensar que, asesinado el rey, le convenía a Jehú matar a los posibles vengadores del asesinado.

10,12 * = Las Majadas.

10,15 Jr 35.

10,16 El jefe religioso de los recabitas, junto al jefe militar en la misma carroza; el paso tuvo que impresionar a mucha gente del pueblo. El autor sigue jugando con el nombre importante de Recab: saludar es barek, y cabalgar es rakab. 

10,18 Antes de leer este nuevo episodio de crueldad, conviene recordar que la oposición del nuevo culto contra el yahvismo había sido violenta y sanguinaria: Jezabel había organizado una caza de profetas yahvistas, Elías fue perseguido a muerte. A esta luz, la matanza en el templo de Samaría es el último acto de lucha. Un acto del nuevo rey tan astuto y cruel como los precedentes.

10,19 La ironía se hace patente para el lector: Jehú piensa ofrecer "un sacrificio solemne" a Baal; éste será su acto de culto, más solemne que todos los de Ajab. En el paréntesis el narrador sigue con sus juegos de palabras. 1 Re 18.

10,23-24 En el mismo templo de Baal, Jehú organiza una especie de juicio, como el de Elías en el Carmelo; se ha de hacer una perfecta separación entre los fieles de Baal y los fieles del Señor; los primeros profesarán su fe tomando parte en los sacrificios.

10,26-27 Jehú cumple lo que manda la ley sobre las estelas y altares cananeos. Así termina con el culto de Baal en Israel: había sido el más grave peligro del pueblo de Dios en el reino del norte. Todavía durante casi un siglo Israel seguirá siendo pueblo de Dios, aunque separado de Judá; gozará de algún tiempo de prosperidad y escuchará la voz de grandes profetas.

10,25 La matanza se consuma en el templo, que queda así desecrado.

10,28-30 El juicio del autor deteronomista sobre Jehú nos resulta desconcertante, sobre todo, porque lo pone en boca de Dios. El juicio es más extraño, porque en las palabras que el autor pone en boca de Dios, no alaba a Jehú por haber extirpado el culto de Baal, sino por haber ejecutado la sentencia divina pronunciada contra la familia de Ajab.

Que el hombre cumple los designios de Dios, aun sin pretenderlo, es doctrina que se lee en otras partes del AT. A esta luz hemos de leer el supuesto oráculo del v.30.

La promesa de permanencia de la dinastía hasta la cuarta generación es otra profecía ex eventu.

10,32-33 Los reveses de Transjordania duraron al parecer hasta el reinado de Jeroboán II.

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